Vivir del cuento

A veces fantaseo con escenas absurdas. En una de ellas me imagino en una oficina del INEM, cubriendo los impresos necesarios para cobrar el paro. La funcionaria teclea con la mirada clavada en la pantalla de su ordenador. Pienso en que me gusta más el sonido de los teclados mecánicos, porque evocan al de las máquinas de escribir, y que no soy capaz de trabajar con una sola pantalla. Le dedico bastante tiempo mental a la conversación ficticia con la funcionaria: “¿Su último puesto de trabajo?”. “Escritora”, susurraría yo, tan bajito que le costaría entenderme. “Perdone, no le he entendido”. “Escritora”, repetiría un poco más alto, mirándola a los ojos y esperando su reacción: “¿Escritora de qué?”. En ese momento, yo respiraría hondo y me armaría de valor para decirle: “¿Acaso importa eso? ¿Van a tener ustedes un puesto disponible para una autora de libros infantiles? ¿De narrativa para público adulto? ¿Tendrán quizás una vacante para una poeta?”.

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